lunes, 16 de febrero de 2009

Me gusta mucho soñar volando

Suelo tener un sueño recurrente en el que tengo la facultad de volar o flotar. En ambos casos la sensación que experimento es fascinante. Me gusta tanto que cuando despierto hago vanos intentos para dormir de nuevo.

Hace unas noches tuve ese sueño otra vez. Estuve impulsándome de un edificio a otro, saltando de casa en casa… flotando… Mirando la ciudad desde arriba. Cada vez me gustaba más y más esa sensación… subir y subir. Era tan real que sentía cómo el aire tocaba mi cara y mi cuerpo y el frío me hacía reducir la velocidad a la que navegaba, hasta que quedaba casi suspendido.

De repente empecé a sentir angustia y miedo, sentimientos que no se relacionan en nada con la experiencia de bienestar que me da soñar que estoy volando. Después, dentro del sueño y medio fuera de él, escuché una voz que no sabría definir, (no era un hombre, tampoco una mujer) que me decía: “Se te acabó la suerte”. Entonces empecé a caer estrepitosamente y descendía tragando trozos de nubes que me quitaban el aliento.

Y mientras caía, con la certeza de que iba a morir en el aterrizaje, la voz se convirtió en risa y la risa en carcajadas mordaces que me atormentaban, pues no me dejaban concetrar en la caída; después de todo conservaba la esperanza de recuperar mi poder de vencer a la gravedad y no perecer de tal modo.

A escasos segundos de despanzurrarme en el piso, las voces de Lía, Hilda y Nicole, quienes me pedían que les diera un paseo, apagaron las risas y carcajadas malévolas, me despertaron con un coro y me salvaron la vida.

Lo curioso es que ellas no estaban allí, solo eran parte del sueño en ese momento.

Al día siguiente, sin planificarlo ni proponérmelo seriamente, estabamos los cuatro teniendo un bello fin de semana de campo, ellas disfrutando la naturaleza, el río y la casa de Alberto y tía Negrita y yo, disfrutándolas a ellas.