sábado, 1 de octubre de 2011

No tengo un título para esta nota


Esta mañana, después de dejar mi quincena completa en el pago de un préstamo hipotecario, gracias a las tasas de interés, a los impuestos, a los atrasos y al descaro de un banco de hacer que se venza la cuota del mes de octubre, el mismísmo día primero de octubre, mientras bajaba a pie por la Núñez  de Cáceres hacia mi trabajo en dirección Norte-Sur, pasaron junto a mí unas 12 jeppetas nuevas, de lujo, encabezadas por una hummer amarilla y morada, con luces destellantes como las de la policía, con letreros del candidato oficialista... qué contraste, no? Cuanta frustración sentí... Eso de "hacer lo que nunca se hizo" que predica el señor Danilo me da un miedo irracional o quizás no tan irracional. Tuve ganas de tener un RPG-7 al alcance y acabar con todo esto, esta misma mañana. Algo tendrá que pasar  un día de estos...

jueves, 1 de septiembre de 2011

Recuerdos del 9/11

El 11 de septiembre de 2001 yo trabajaba en un diario que había sido recién lanzado.

En el diario teníamos esa euforia que se adueña de las salas de redacción cuando se trabaja en proyectos editoriales nuevos. El lunes 10 había trabajado hasta muy tarde, pero de todas maneras me levanté temprano, pues esa mañana tenía una reunión con todo el equipo de diseño y los asesores de la firma que estaba a cargo del rediseño del periódico.

Al encender la tele ese martes, lo primero que ví fue aquella torre ardiendo, era la torre norte del Centro Mundial del Comercio incendiándose. Aún no se sabía nada en concreto, parecía que acababa de empezar el fuego.

Mi primer pensamiento fue: “ocurrió un atentado; pero lo descarté de una vez al pensar que  si hubiese sido eso el fuego no sería en un piso tan alto, recordando el atentado de 1993. Hice una llamada y aún con la línea abierta ví cómo el segundo avión se estrellaba contra la otra torre. Recuerdo haber dicho: “Fue un accidente aéreo lo que ocurrió, acaban de repetirlo en la tele”, sin darme cuenta de que se trataba de otro avión que había impactado en la torre Sur.

Segundos más tarde el locutor de la tele lo confirmaba. Era otro avión. Terminé de vestirme y salí disparado con la cabeza hecha un remolino. Ahora mismo, mientras escribo esto y traigo a mi memoria esos recuerdos, siento como me cambia la temperatura. Mientras me dirigía al trabajo en taxi, escuchaba la radio, hacía llamadas, en fin todo era nervios, en las calles todos hablaban de los ataques, era un caos y así mismo encontré la oficina: todos los televisores encendidos, la gente buscando información en internet, escuchando la BBC o viendo a CNN. Dentro de ese caos nos organizamos y la agenda de la reunión que teníamos prevista se modificó, tal y como se modificó la agenda de todo el planeta ese día.

Antes de las once de la mañana ya habíamos elaborado un plan de cómo sería aquella cobertura.

Las noticias seguían fluyendo… El vuelo 77 que se lanzó contra el Pentágono, el cuarto avión  secuestrado , y del que aún no se tenía noticias. A la una de la tarde intenté salir a almorzar pero no pude; tuve que devolverme y seguir en la redacción. Tenía la sensación de que no podía salir de allí. Necesitaba estar informado de todo, saberlo todo. Como si estuviera viviendo en una película y temía pasarme un capítulo por alto.

Cuando vi la noticia de que el vuelo 77 de American Airlines se había estrellado contra el Pentágono, que me dí cuenta de que estabamos asistiendo al inicio de una guerra. Sabía que no iba a ser una guerra convencional y que se llevaría la vida de muchos inocentes, aún así y en medio de tanta incertidumbre, sabía que era inevitable.

Es imposible pensar que un acontecimiento de esa naturaleza sería desaprovechado por la voracidad de los hombres de Washington. Bush y sus alcones Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Colin Powell, Condoleezza Rice, Paul Wolfowitz y Richard Armitage le sacarían el máximo a estos hechos en favor de las políticas económicas norteamericanas.

Ese día mis compañeros de trabajo, y yo hicimos una gran labor, tanto de edición como gráfica. Los infógrafos, elaboraron un trabajo que fue mención en los premios de la Society of News Design y en un congreso en Arizona, en noviembre de ese mismo año, tuve el privilegio de ver como “mi periódico” era mencionado como una de las mejores coberturas periodísticas y gráficas del planeta.

Aquel martes once, en la redacción se sentía el mismo sentimiento que casi en todas partes: impotencia e inseguridad. Mientras trabajaba, pensaba en mi familia, y ese día les llamé a todos y me aseguré de que todos estaban bien. Lloré junto a mis compañeros del diario, mientras veíamos a la gente lanzarse de los edificios en llamas, antes de que ambas torres colapsaran.

También recuerdo, un mes más tarde, ver a la Guardia Nacional en los aeropuertos y las calles de Estados Unidos. En el aire se respiraba la Guerra. Eran muchas sensaciones y sentimientos juntos. La humillación de tener casi que desnudarte en el aeropuerto, el susto que nos produjo el anuncio por el altavoz del avión que “por razones de seguridad” el vuelo en el que iba desde Puerto Rico a Miami, después de casi una hora y media de haber despegado, regresaría a Puerto Rico y al aterrizar nos esperaban policías y paramédicos y dos oficiales del FBI que decían: nadie sube, nadie baja de este avión. Para nuestro alivio resultó ser que el piloto había sufrido un infarto, y había sobrevivido gracias a una doctora que había entre los pasajeros. También recuerdo el sentimiento de compasión y de tranquilidad al mismo tiempo, que sentí por aquella mujer musulmana en el aeropuerto de Dallas Fort Worth, víctima de cientos de miradas que le reprochaban el solo hecho de ir caminando por allí usando una burka que la delataba. Es cierto que todos la miraban, pero también es cierto que nadie se atrevió a agredirla ni con palabras, ni con gestos. Ese fue un ejemplo de lo que significa vivir en un estado de libertades y derechos, que (hay que decirlo) ha cambiado tanto en los años posteriores a los acontecimientos del once de septiembre en Norteamérica y en todo el mundo.

Mientras veía las imágenes en la tele aquel mismo día 11, sentí rabia muchas veces. Admito que apoyé ir a la guerra ese mismo día, pues me sentía seguro al lado de Bush y sus hombres, sobre todo del vicepresidente Cheney, y de Donald Rumsfeld, de quien recuerdo una foto que resaltaba entre las tantas imágenes que se publicaron esos días:  él con el puño cerrado y el brazo medio levantado y un rostro duro y adusto. Una expresión que revelaba lo que se avecinaba sobre Afganistan primero y sobre Irak después.

En Territorio Comanche Pérez Reverte dice: “Desde Troya hasta Mostar o Sarajevo, la guerra siempre es lo mismo” y tiene razón. Sin embargo no niego que  a pesar de los miles y miles de ancianos, mujeres y niños inocentes muertos y mutilados, es imposible pensar que AlQaeda y su Jiyad islámica podían provocar tanto daño sin esperar una respuesta del ejército más poderoso del mundo. Era como esperar que después del ataque a Pearl Harbor, los Estados Unidos no entraran en la II Guerra Mundial.

El día doce de septiembre, después de haber cerrado la edición del diario, nos fuimos a tomar unas cervezas para bajar la tensión de un día de trabajo que duró 16 horas. En cierto modo, me siento afortunado de haber hecho lo que me tocaba desde mi posición y haberlo hecho bien.

Los acontecimientos del Once de Septiembre del 2001 y sus consecuencias nos cambiaron la vida, de un modo o de otro, a todos. Siempre he creido en la tolerancia y a partir de ese día pude entender definitivamente, que ese es el secreto de la convivencia humana en armonía.

martes, 15 de febrero de 2011

Carta a Leonel Fernández


Sr. Presidente.

(bueno, si es que es presidente, porque un presidente hace eso: ejerce, preside. Pero usted, perdón que se lo diga, solo manda en el perímetro comprendido entre la called Dr. Delgado, la calle 30 de marzo, la avenida México y la calle Moises Garcia, pero fuera de ahí, al parecer mandan otros. Usted con su afán de privar en democrático —que eso no es democracia— y "liberal" nos deja a los ciudadanos comunes y corrientes, los que estamos atados de pies y manos para poder mantener al “Estado”, en manos de estos infames que nos tienen en el total caos)

Seria usted tan amable de cumplir con su deber y gobernar por y para el verdadero bien común.

Mire que, como yo hay muchisimos, que están tan hartos de usted (y su, no sé cómo llamarle si, indolencia o ignorancia, además de su indulgencia), como estábamos de Hipólito y sus constantes estupideses, hartos de que nos tenga al margen a quienes subsidiamos al Estado, a quienes doblamos duro, muy duro el lomo para mantenerlo a usted y su burocrática prole de vividores.

Estoy harto de tanto atropello, de tanta indolencia, de tanta falta de autoridad, que deja un vacio que es llenado por tipos de reputación infame como los llamados “sindicalistas” los Juan Hubieres, los Pérez Figuereo, los Antonio Marte, etc.

Tipos que se rodean de delincuentes para hacer lo que usted es incapaz de hacer: gobernar, mandar, hacer que las leyes se cumplan; eso sí ellos hacen cumplir las leyes de ellos que son equivalentes a desorden, caos, abuso, paros sorpresivos de transporte, aumentos inauditos, a sabiendas de que nadie se atreve a ir contra ellos. Ellos son el Gobierno.

¿Sería tan amable, por favor, de explicarme que es lo que usted persigue? Porque no lo entiendo. Yo no sé de alta economía, de macroeconomía, de wallstreet, ni mucho menos. Pero sin importar la fórmula que se use, dos más dos igual a cuatro y eso no es difícil de entender. Acaso usted quiere que la situacion de este lugar (ya hace falta mucho para llamarle país) se vuelva tan caótica e inmanejable que luego haya que aclamarle a usted para que nos salve a todos.

Pues déjeme decirle algo, en este juego las cosas se le pueden ir de las manos, a usted o a cualquiera que ocupe la silla esa, y el fuego nos puede alcanzar a todos!

No se trata de exhibir logros de concreto, todos esos elevados, túneles, metros, etc. no nos sirven de nada, si el tipo que los usa se caga en ellos, se roba la luz roja, no mantiene el carril que le toca, etc, etc, etc, etc… señor Presidente.

Sencillamente, haga algo por este pais, por favor.

Recuerde que hay una masa de gente tranquila, trabajadora, que lo sostiene, que lo mantiene. Y que esa masa de gente abusada por este caos e indiferencia, tiene una mecha, que al parecer es bastante larga, pero sigue siendo una mecha.

Yo (citando más o menos a un poeta puertorriqueño) "estoy ardiendo en esta hoguera, beso al fuego y no me quemo"  y si me quemara, créame si le digo que creo en los sacrificios.

Roberto Severino