jueves, 30 de octubre de 2008

Crónicas de un carro público (1)







Foto: Ricardo Henández

Yo cuando ando en carro público me siento una persona exclusiva. Soy consciente de que formo parte de un mundo al que no tienen acceso los que van y vienen por la vida en carros privados, con aire acondicionado y espacio de sobra.

En ese apretujado y exclusivo mundo me pongo en contacto con gente llena de sabiduría e ignorancia, bondad y tigueraje, prédicas y obscenidades.

A pesar de que me jode mucho el calor, las señoras gordas sobre mis piernas, el tipo que detalla toda su vida y su agenda mientras habla por el celular, los asientos rotos y los techos destartalados de estos artefactos que Tony Almont bautizó como “biónicos”(1) en el disco Sueños y pesadillas del tercer mundo”, de la desaparecida banda Toque Profundo, pienso que echaré de menos todas esas calamidades y lo que viene con ellas el día que me compre un carro.

Hace un par de días, mientras iba hacia mi casa en un “cochazo” de esos que tienen el piso agujereado, a través del cual se puede ver el asfalto desplazándose a alta velocidad bajo los pies, me senté al lado de un anciano bien vestido, con ropa impecablemente limpia, sombrero ajustado y mirada apacible.

Era uno de esos tipos que nunca te encuentras en un carro público. Se le veía por encima de la ropa que no pertenecía a ese mundo.

-Si llego a esa edad que sea así, pensé.

-Buenos días, dije y él me respondió con muchísima amabilidad, como si fuera mi anfitrión y yo un invitado suyo al que estaba esperando.

Como regla general e invariable no participo de las tertulias improvisadas en carros públicos sobre política, pelota, Obama, Irak o lo que sea, porque prefiero solo escuchar y aprender lo que la calle y sus seres tienen que enseñarme. Pero esta vez rompí mi propia regla y le di seguimiento a la conversación que el señor acababa de iniciar con un: Caramba!

-¡Tremendo calor!, respondí para entrar en ambiente.

-Sí. Me dijo él.

-Yo no sé cómo ustedes aguantan esto. ‘Toy loco por llegar a Cotuí.

El “driver”(2) del carro, un tipo enorme que conducía encorvado y cuya barriga apenas cabía entre el volante y él mismo, soltó una carcajada grosera.

-Pero amigo, dijo el osado conductor, -aquí es que se hacen los cheques.

El anciano soltó un suspiro más significativo que un discurso completo.

Entonces entendí. El pobre hombre, se sentía perdido en ese mundo de asfalto, ruido, calor, Amets, tapones, carros destartalados y choferes mal educados.

-Lo entiendo señor, dije tratando de compensar lo que yo consideraba, dadas las circunstancias en que nos encontrábamos, un comentario de mal gusto.

-Mire, señaló el abuelo, yo vengo a la Capital cuando no tengo más remedio. Yo no aguanto esto.

Eso me hizo pensar en lo incómodo que me sentía a finales de 1997 cuando regresé a Santo Domingo, después de haberme pasado casi dos años de “vacaciones”(3) en Puerto Plata. No comprendo cómo se puede sentír cierto amor provinciano por una ciudad caótica hasta los tuétanos. Esa vez estuve varias semanas deprimido, hasta que me acostumbré de nuevo al ruido, al smog, a los tapones del puente de Villa Mella y de la Lincoln con 27.

El señor del “concho” era ajeno a todo eso. Hizo una mueca llena de indiferencia, se notaba cansado, como quien ha recorrido demasiados kilómetros.

No tuve mucho tiempo para seguir hablando con mi anfitrión, pues se acercaba mi parada.

Salí del carro pensando en lo mismo que pensaba mientras entraba: “Si llego a esa edad que sea así, pero sin tener que tomar carros públicos”.


(1) La canción se llama “Bolero del biónico: y dice así:
Cogí un carro público en la Duarte con París
No cerraba la puerta había que ponerle un clip
Con la ventana abierta, pues no tenía cristal
Empezó el aguacero y me comencé a mojar

Le pasé cinco pesos y no me devolvió
Me dijo no hay menudo y la devuelta me tumbó
Qué biónico tan sucio en el que me subí
El chófer tenía grajo y me lo pegó a mí

Chófer al paso, que yo me quedo aquí
Viejo saca la mano que me voy a parar ahí
El carro se para, me voy a desmontar
Pero antes de apearme comienza a arrancar

Lo más emocionante, lo que más me impresionó
Le dio 6 vuelta al guía, y el carro no doblo viejo
Llegué dónde mi Jeva, con mi looking de GQ
Y no me daba cuenta que un spring rompió mi flú

Chófer al paso, que yo me quedo aquí
(Viejo saca la mano que me voy a parar ahí
y no me “etralle” la puerta
Cuidao’ con la banderita)
El carro se para, me voy a desmontar
Pero antes de apearme comienza a arrancar

Un, dos, un dos tres cuatro:

Cogí un carro público en la Duarte con París
A veces me arrepiento de vivir en mi país.

(Chofer, hasta la privada. Viejo, son tre pasaje. No ombe)


(2) Diríjase así a un conductor que tiene pinta de fresco. Así usted mantendrá distancia y le dejará saber que tiene tanto tigueraje como él.

(3) Realmente estaba trabajando, pero adoro esa ciudad, el océano Atlántico, comer frente a Neptuno, Hemingway’s café y sus conciertos en vivo cuatro veces a la semana y la media luna de Cabarete. Así que sí fueron vacaciones.

3 comentarios:

  1. ¡Epa!
    Qué grato encontrarte
    Disfrutarte de despacito
    Salud

    ResponderEliminar
  2. Gracias Petruska. Ya nos seguiremos viendo por ahí! Saludos a Nirvana.

    ResponderEliminar
  3. aay esos biónicos, estás igualito mijo!

    ResponderEliminar